Acabo de salir del cine con mi hija Noa. No tenía claro si le iba a gustar esta película porque es un drama en toda regla; creo que el cine es un recurso pedagógico de gran valor que permite que los niños (y adultos) puedan analizar otras realidades que movilicen su empatía y esa perspectiva tan valiosa para valorar lo “suertudo” que se es.

Creo que la vida es eso, pura PERSPECTIVA. Con perspectiva y un buen propósito es mucho más probable que uno alcance ese logro tan ambicioso y legítimo que consiste en disfrutar de “una buena vida” – tal y como la entendían los griegos-. No sé qué más se puede pedir.

La película “Los niños de Winton” no es algo espectacular, pero es casi imposible no sentir una enorme emoción e inspiración gracias al personaje principal, Sir Nicholas Winton, interpretado por el maestro Anthony Hopkins.

Y es que es muy difícil no emocionarse cuando estás ante un líder con enorme autoridad moral; ¿Qué explica esa autoridad y capacidad de influencia? Pues habilidades, valores y virtudes éticas como son la coherencia, ejemplaridad, altruismo, justicia, competencia, capacidad de gestión, responsabilidad, integridad, coraje, humildad, resiliencia, adecuada gestión emocional y absoluto dominio del ego.

Es emocionante ver el enorme impacto positivo que tienen los líderes éticos allí donde despliegan su talento, me hace tener, aún más si cabe, una mayor conciencia de la necesidad de la iniciativa que lidero desde hace cuatro años: ELO (Ethical Leadership for Organizations). Un proyecto profesional y un propósito personal inspirado en este tipo de líderes y dedicado, muy especialmente, a aquellas personas que padecen o han padecido en su carrera profesional y desarrollo personal otros liderazgos antagónicos a los de Sir Winton.

A pesar de mi escepticismo, a Noa le ha encantado esta historia y, aunque es como yo (antes de que le vean derramando una lágrima es capaz de hacer el más divertido de los paripés), le he pillado emocionada con una de las escenas finales, la del reconocimiento de los niños -en ese momento ya adultos- que fueron salvados. Un profundo agradecimiento de algunos de esos 669 niños que, paradójicamente, no atenúa la tristeza del protagonista en su fallida misión de salvar a todos de una muerte anunciada.
En ese momento se acordó más de los que no estaban, que de los que estaban, de eso es de lo que está hecho el carácter de un líder ético.