Bienaveturados los que sufren (y aprenden)

“La verdadera profesión del hombre es encontrar el camino hacia sí mismo

Hermann Hesse.

 

 

No recuerdo un solo día de mi vida, desde mi más tierna infancia, que no me preguntara seria o cínicamente “¿Qué he venido a hacer aquí?”. Me recuerdo, desde siempre, con una dolorosa sensación de desubicación y escasa sintonía con lo que sucedía ahí fuera; no encajaba, ni en aquel colegio e instituto donde contaba con zozobra los días que quedaban para mi libre albedrío, ni en aquel Bilbao gris de mi infancia en el que lo más complicado era encontrarse con uno mismo. Para cierto consuelo personal, siempre resonaron dentro de mí las frases célebres de Alejandra Pizarnik: “tal y como está el mundo, es un privilegio no encajar”, y de Herman Hesse: “quien no encaja en el mundo está más cerca de encontrarse a sí mismo”. Estas frases son un ejemplo bastante claro de que la sabiduría es proporcional a la capacidad de desarrollar el arte de la simplificación, o “simplicidad” tal y como lo entendía Leornardo Da Vincci cuando lo relacionaba con el más elevado tipo de sofisticación. También, nos muestran que el sufrimiento, por muy irracional que nos parezca, facilita una conexión profunda con otras cosas sorprendentemente inesperadas. En mi caso, el descubrimiento del poder de la autoconfianza -tal y como la concebía Goethe- y la autenticidad -tal y como la entendía Herman Hess.

 

En este camino que todos recorremos con sinos y aprendizajes bien diversos, el arte de hacer(se) preguntas, junto con el deseo y curiosidad de aprender, son determinantes para lograr nuestros objetivos. Las preguntas que nos hacemos a nosotros mismos educan y orientan inevitablemente nuestra mirada, nuestros gustos y pensamientos, nuestro comportamiento, hábitos y, con ellos, nuestro carácter. Pregúntame y te diré cómo piensas; muéstrame cómo te preguntas a ti mismo y te diré quién eres. Por eso, es ciertamente práctico aprender a hacer(se) buenas preguntas desde la máxima honestidad intelectual, es decir, preparados para encontrar respuestas que pongan en compromiso nuestras más arraigadas creencias. En situaciones adversas y dolorosas, este ejercicio adquiere la categoría de imprescindible.

 

Herman Hesse supuso para mí un gran guía en el arte del autoconocimiento. Su gran obra Demian es una novela que trata sobre la búsqueda de la identidad, la lucha entre las normas sociales y la autenticidad, así como la exploración de la espiritualidad y el autoconocimiento en el contexto de la Alemania de la Primera Guerra Mundial. Gracias a sus valiosas reflexiones y a la necesaria perspectiva que nos regala el tiempo, voy teniendo más claro qué es lo que hemos venido a hacer aquí.

 

Nos preguntamos por qué sufrimos, por qué la vida nos pasa por encima de improviso no en pocas ocasiones. Y, esta incomprensión, por regla general, se vive de forma dolorosa, desafiante, frustrante, incómoda e intimidatoria. Pero el sufrimiento, pese a la resistencia del hedonismo que nos controla, es una llave maestra que nos lleva a entender que la creación de la vida es un acto incomprensiblemente perfecto que nos sumerge en ese imperativo de conocernos para sintonizar a posteriori con todo lo demás.  Nuestra vida, nuestra existencia, no es nada más y nada menos que un lugar que nos permite experimentar, jugar, pintar, amar, equivocarnos, rectificar, disfrutar, crear y entrenar una conciencia preparada para evolucionar. Parece que este mundo nuestro se creó con una fuerte intencionalidad educativa y que lo que hemos venido a hacer aquí tiene que ver con ese aprendizaje significativo.

 

El binomio sufrimiento – aprendizaje cobra sentido igualmente desde la misma pedagogía, donde para poder aprender es necesaria la vivencia y superación de numerosos conflictos cognitivos que se suceden dentro de ese apasionante proceso particular y colectivo. El auténtico aprendizaje es un fenómeno que sucede cuando abandonamos nuestra zona de confort y asumimos con humildad la incomodidad que entraña una debida implicación y activación personal en ese cometido, es decir, cuando asumimos nuestro protagonismo en nuestro propio desarrollo.

 

Por otro lado, puede que el sufrimiento no tenga por qué transformarse en un aprendizaje valioso dentro de un proceso de metamorfosis positiva, si bien es cierto que para que una evolución interior significativa, profunda y transformadora se produzca, es condición sine qua non transitar un tiempo el caos, la frustración, el dolor, la incomprensión, el rechazo y la incertidumbre característica de esta modernidad líquida. Para todo lo que implica un profundo aprendizaje, como en la mayor parte de las cosas que son trascendentales, no hay atajos.

 

Bienaventurados los que sufren, aprenden y tienen el coraje de emprender el viaje más difícil de todos, que es el que va directo hacia uno mismo.

En palabras de Elizabeth Kübler-Ross (la mujer de la fotografía), psiquiatra y escritora suizo-estadounidense que se especializó en cuidados paliativos y apoyo psicológico a pacientes terminales, “Las personas más bellas con las que me he encontrado son aquellas que han conocido la derrota, conocido el sufrimiento, conocido la lucha, conocido la pérdida, y han encontrado su forma de salir de las profundidades. Estas personas tienen una apreciación, una sensibilidad y una comprensión de la vida que los llena de compasión, humildad y una profunda inquietud amorosa. La gente bella no surge de la nada.”