Hacer lo correcto
Los seres humanos tenemos un “detector interno” que permite hacernos en tiempo récord una idea aproximada del nivel de fiabilidad y credibilidad de una persona, y que funciona con mayor precisión en los “momentos de la verdad”, que son aquellos en los que observamos cuidadosamente las decisiones y los comportamientos que adoptan en situaciones de cierta complejidad. Este detector es imprescindible para nuestra propia supervivencia, puesto que sin personas dispuestas a hacer lo correcto, es inevitable el aumento de un “trastorno colectivo de mediocridad generalizada” que desemboca generalmente en una progresiva decadencia moral y pérdida de confianza.
Valoren ustedes mismos con ese mismo «detector interno» hasta qué punto confían en sus líderes políticos y en su capacidad para hacer lo correcto, después de haber observado el lamentable comportamiento de nuestros políticos en este «momento de la verdad» que nos deja la gestión de la catástrofe producida por la dana.
Según el Informe del Barómetro de Confianza de Edelman 2024, presentado hace unos meses en la Sede de la CEOE por Fátima Báñez, tenemos un grave problema de confianza en nuestros políticos. Lamentablemente, teniendo en cuenta estos últimos acontecimientos, si el equipo de Edelman repitiera esta misma evaluación en la actualidad, es muy probable que el resultado, de pésimo, pasara a categoría de catastrófico.
Cada año que cumplo afianzo aún más la idea de que el auténtico patrimonio que atesora un ser humano tiene que ver con su capacidad de aprendizaje, vivencia significativa de experiencias y compromiso con el hábito de virtudes tan poco comunes como son el coraje, la coherencia o la magnanimidad practicadas, muy especialmente, cuando nadie repara en ellas.
Porque, muy a pesar de esas ingeniosas y sofisticadas salidas propias de los “artistas de la desdramatización y el relativismo moral”, a estas alturas de mi vida, no me cabe ninguna duda de que la valía de una persona se puede medir por el grado de sacrificio que es capaz de adoptar en sus decisiones por una buena causa y su capacidad para sentir compasión por quienes sufren y no encuentran salida a sus problemáticas.
Hacer lo correcto – en una época etílica de compulsivo relativismo, narcisismo, egoísmo, liquidez, desconocimiento y engorrosa posverdad-, se eleva a categoría de inverosimilitud y extravagancia. Estamos en un punto en que hacer lo que hay que hacer es automáticamente cuestionado por excéntrico, estrambótico y chocante. Paradójicamente, una de las cosas que no ha cambiado desde los griegos clásicos, hasta los estudios contemporáneos de management, tiene que ver con la cualidad más valorada de los líderes que participan en una comunidad u organización: su nivel de integridad y honestidad.
En este momento de confusión, descrédito y cinismo extremo, negamos la existencia de políticos o empresarios que se comportan en su práctica como líderes éticos -tal y como los contemplamos desde ELO Institute-. En palabras de un estudiante de ética empresarial: «eso es ciencia ficción, Sofía».
No permitamos que ese sentimiento de desesperanza y escepticismo poco constructivo afecte negativamente a nuestra iniciativa para transformar las cosas. Afortunadamente, los líderes éticos y los profesionales virtuosos existen, simplemente debemos centrar nuestros esfuerzos en identificarlos y darles el reconocimiento que merecen tener en nuestras instituciones.
Hacer lo correcto no es fácil. Hacer lo correcto implica poner encima de la mesa grandes dosis de generosidad, sacrificio, conocimiento y bondad; implica llevar de serie una motivación trascendente, que nos impele a aparcar temporalmente nuestros intereses personales, en beneficio de una causa mayor. Implica renunciar a la comodidad y a un falso sentido de seguridad que, en realidad, no existe. Requiere de mucha preparación, competencia, valentía, perspectiva, resiliencia, disciplina estratégica, cooperación, pensamiento crítico y humildad.
URGE poner al frente de nuestras instituciones líderes éticos dispuestos a hacer lo correcto.